Según la OMS, la adolescencia es el periodo evolutivo que está comprendido entre los 10 y los 19 años. Es la etapa de transición entre la infancia y la adultez. Es una etapa en la que se producen multitud de cambios físicos, psicológicos, biológicos, intelectuales y sociales. 

La etapa de la adolescencia se divide en dos fases; la primera denominada adolescencia temprana, corresponde a las edades comprendidas entre los 10 y los 14 años, y una segunda fase denominada adolescencia tardía, que corresponde a las edades comprendidas entre los 15 y los 19 años de edad. 

En esta etapa de transición y de continuos cambios se producen muchos episodios en los que las familias se ven desbordadas por la dificultad que presentan en conseguir una adaptación a esta “nueva persona”. Nuestro hijo o hija deja de ser un niño que depende de sus padres o tutores, y pasa a ser una persona que quiere ser más autónoma, con ganas de decidir, de experimentar, de tener su propia opinión, etc., y esto es, a veces, difícil.

¿Por qué en la adolescencia aparecen tantos conflictos? 

La adolescencia es la etapa de experimentación, de curiosidad, de trasgresión de normas, de vivir situaciones de riesgo y de necesidad de satisfacer de forma inmediata todos los deseos. Es una etapa de especial vulnerabilidad en la que les es difícil gestionar sus emociones, ya que les cuesta identificar que están sintiendo. Es frecuente que sientan incomprensión por parte de los adultos, que se aíslen de los eventos familiares, que se muestren enfadados o irritables. Y esto es lo que empieza a generar un distanciamiento entre padres e hijos. Como padres nos cuesta adaptarnos a esta nueva forma que tienen de comportarse, no entendemos en muchas ocasiones lo que les pasa, se muestran poco comunicativos, no nos hacen caso ante las normas que ponemos y todo esto empieza a gestar un clima de cierta tensión y conflicto. 

Comienzan a tener relaciones sociales más afianzadas que en la etapa de la infancia donde sus padres son los mayores referentes y fuente de todo conocimiento. En la adolescencia las amistades pasen a ser su gran referencia para todo y las familias pasan a un segundo plano. Las amistades son lo prioritario, jugando un papel esencial para el desarrollo en esta etapa. Esto también cuesta de asumir por parte de las familias, ya que están acostumbrados a ser su mayor referente. En la adolescencia es frecuente tener dificultad para decir NO a los amigos y amigas, y necesitan sentirse que pertenecen a un grupo, buscando su continua aceptación. Esto provoca que en multitud de adolescentes se inicien conductas de riesgo. 

Los rasgos más comunes en la adolescencia son: la impulsividad, estado de ánimo disfórico, intolerancia ante estímulos displacenteros, tanto físicos como psicológicos, baja tolerancia a la frustración, baja autoestima, estilos de afrontamiento de problemas inadecuado, egocentrismo, búsqueda de sensaciones.

Es importante saber que los y las adolescentes a pesar de su físico, ya parecido al de un adulto, aún no tienen desarrolladas muchas capacidades cognitivas que les sirven para enfrentarse al día a día, a autorregularse, tomar decisiones sin dejarse llevar por los impulsos y deseos, y tener en cuenta el lado más racional de las cosas. Es justo en ese instante donde debe aparece la familia, la figura de los padres o tutores, deben de suplir esa carencia de su parte más racional, planificadora y previsora. Ofreciéndoles un equilibrio entre su parte más emocional e impulsiva y su parte racional todavía por desarrollar. En ese momento estamos ante un niño que parece adulto, aunque físicamente pueda ser más fuerte que yo, y que solo y únicamente quiere conseguir sus deseos, sin ver más allá. 

Por ejemplo, podemos encontrarnos situaciones en las que nuestro adolescente tiene un examen en dos días y es incapaz de dejar de usar los juegos o el móvil y ponerse a estudiar. Esto, al margen de una posible dependencia que pueda sufrir, es debido a esa falta de autocontrol, que nos da nuestra parte racional, y al no tenerla aun desarrollada los lleva a únicamente centrarse en vivir el momento y no contemplar las consecuencias que pueden conllevar sus actos ni por supuesto, dejar de hacer algo que me encanta por algo que no me gusta. Esto solo lo puede hacer el cerebro de un adulto. De ahí la importancia de suplir esa carencia que tienen a la hora de poner límites, normas y en definitiva nos toca poner nuestra parte racional para poder lograr su equilibrio.  

Como ya hemos dicho en esta etapa las familias pasan a estar en un segundo plano e incluso pueden convertirse en los enemigos porque no satisfacen todos los deseos e impulsos que tiene el o la adolescente. Por ello es imprescindible conocer en profundidad el porqué mi hijo o hija tiene ese comportamiento y cómo tengo que actuar. 

Si os habéis sentido identificados y estáis viviendo situaciones similares, NO LO DUDÉIS, poneros en contacto con la Fundación Reinicias y nos pondremos a vuestro lado, aprendiendo juntos a ser padres en esta etapa tan especial. Trabajaremos la comunicación, la escucha activa, el establecimiento de normas y límites, la empatía, etc.